El viernes pasado los dejé iniciando la aventura a bucear en el Great Barrier Reef que resultó muy exitosa a pesar de los pronósticos. Durante las semanas anteriores a nuestro viaje la región en que se encuentra esta maravilla había sido azotada por lluvias torrenciales, inundaciones, ciclones, en fin, un conjunto de desastres naturales que ocasionaron que las aguas no presentaran condiciones óptimas para admirar los corales como Dios manda. Tanto así, que la guía incluso advirtió que era muy posible que no lográramos ver nada porque además, el pronóstico era de más lluvia para el día de nuestra visita.

Nada iba a impedir que nos arrepintiéramos de la aventura luego de un viaje de más de veinticuatro horas para ponernos chapaletas y mascarilla y ver los corales. Y la suerte nos acompañó pues ni gota de lluvia y, si bien el agua no estaba transparente, algo vimos y pienso yo que es mejor ver, aunque sea poco, que no ver nada y los corales representan un universo verdaderamente fabuloso. Los hay enormes, pequeños, de un color y de otro, con forma de coliflor gigante y como la cabellera de una sirena, es cuestión de mirar con paciencia.

Regresamos muy contentos a terminar de conocer los alrededores de Cairns. Visitamos a los cocodrilos que nos invitaron a que los acompañáramos a almorzar, acariciamos canguros y descubrimos que los koalas no aportan absolutamente nada al universo. ¡Qué sorpresa, porque son tan graciosos! Admiramos el cañón del río Barron desde las góndolas del Kuranda Skyrail y paseamos entre artesanos y puestos de mercancía “made in China” en la pequeña villa del mismo nombre. Muy divertido.

Dejamos Cairns para volar hacia Ayers Rock con el único propósito de ver Uluru, la “roca sagrada” de los Aṉangu. Y cuando digo único propósito créanme que es una referencia textual ya que en este desierto no hay más nada. Uluru (en el idioma local) es un enorme monolito en la mitad de la nada… de la enorme nada que ocupa la región central de Australia. Un calor como pocos había sentido en mi vida y una resequedad única. Es más, cada vez que soplaba brisa uno se sentía como dentro de un horno de convección. Pero horno o no horno se sigue caminando por esa tierra colorada que se pega a los zapatos y la ropa con ganas de quedarse allí para siempre, así es que para la noche nos anotamos para ir a ver la puesta del sol sobre la roca y luego disfrutar de una cena al fresco para cerrar la noche aprendiendo sobre las estrellas.

La puesta del sol resultó interesante, aunque debo decir que he visto unas mucho más dramáticas en Panamá. Ya en el sitio para la barbacoa, las estrellas tuvieron que competir con una refulgente luna para dejarse ver, así es que la charla que el guía nos dictó fue solo parcialmente útil, pero nada importa. La noche estaba preciosa, disfrutamos la compañía de los compañeros de mesa, escuchamos sus historias de vida y pasamos un rato muy agradable. Además, pudimos probar carne de canguro que estuvo muy buena gracias a la buena sazón del cocinero. Terminaremos Australia en la ciudad de Sydney que si es, aunque sea cincuenta porciento de lo que describen, estoy segura nos va a encantar… to be continued.