Soy de esas panameñas que toma café. Hay que aclararlo, porque muchas no lo toman. Malo es generalizar. Bien pueden ser como mi amiga Edu, que disfruta el olor del café recién hecho por la mañana, pero no beberlo.

Como en mi casa los niños no tomaban café, me demoré bastante en agarrarle el gusto. Aunque, al igual que mi amiga, siempre me gustó el olorcito de café que me transportaba a esas mañanas en San Carlos, cuando mi abuelita lo hacía en ollita.

En mis primeros años como periodista aprendí a tomar café. Pero no soy exigente. Puedo tomar, sin ninguna complicación, el café que se haga en cualquier oficina, el que se venda en casi cualquier lugar. No importa que esté un poco quemado o recalentado. Obvio, si el café es gourmet, allí sí me pongo más piquis.

El mes pasado hice un viaje que puso en duda mi idea de que no soy muy exigente con el café. En el primer desayuno —que consistió en tortilla, frijoles y fruta, muy sabroso, por cierto— me sirvieron el café. Bastó un sorbito para recordarme algo: hay países donde el café es muy aguado.

“Puedo con eso”, pensé. Soy machetera de los viajes y de los cafés. Al siguiente día alguien comentó: “este café está muy claro”. Enseguida conecté con su observación. En nuestra mesa había personas de países donde la cultura del café es muy poca, y otras que, como yo, nos sentíamos indignadas cuando el café no estaba consistente.

Después de tres días fui a buscar una cafetería gourmet como tabla de salvación, y eso que me habría gustado guardar esa plata para un llavero. Pero, oh sorpresa, el café también estaba aguado. Decidí no quejarme más y ser fiel a lo que siempre digo: estar como en casa, solo es en casa. En lo demás, hay que acostumbrarse.

Por supuesto, otra decisión que tomé fue: ni loca llevar café para regalar, que es uno de los obsequios que suelo hacer cuando viajo a países como Costa Rica, Guatemala, Brasil o Colombia.

Mientras escribo esto me tomo un café panameño. No sé cuál, medio quemado, lo reconozco. Pero pienso que, así como yo me quejaba del café y me sentía frustrada, así mismo se deben sentir los amigos de aquel país cuando vienen a Panamá y descubren que nuestra comida no es suficientemente picante.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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