Pasé noches sin dormir. Llorando, con el pecho apretado, el cuerpo tenso, y la mente dando vueltas sin parar. A veces estaba sentado en una silla, otras simplemente parado, agarrado de mi andadera, esperando que pasara lo peor. Viví episodios de ansiedad fuertes, incluso ataques de pánico. Sentía que no podía con nada, que todo me sobrepasaba.

Vivo con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), y una de las cosas más importantes cuando se vive con esta condición es evitar el estrés. Pero no pude. Me vi atrapado en una serie de cambios que, aunque necesarios, me afectaron profundamente.

Una mudanza que no fue solo de espacio, sino de emociones. Tuve que dejar el apartamento donde vivía porque ya no era funcional para mí. No podía bañarme con comodidad ni moverme bien con mi silla de ruedas eléctrica. Me mudé a un sitio más accesible, con más espacio, en un área cercana, donde puedo salir con más libertad… pero el proceso fue muy difícil.

Sumado a eso, vinieron los cambios en mi equipo de cuidadores. Personas que me habían acompañado tuvieron que irse, otras nuevas llegaron. Todo era nuevo, incierto y agotador. La ansiedad se apoderó de mí y eso, en alguien que vive con ELA, tiene consecuencias reales. En esas semanas sentí cómo perdía fuerza en los brazos, cómo mis manos se volvían menos precisas, y cómo mi lengua se volvía más pesada, dificultando mi habla. Sentí el avance de la enfermedad, y con él, el miedo.

Durante ese tiempo, puse en pausa todo: mi trabajo, mis redes sociales, el blog Estoy Vivo para Contarlo, y mi proyecto Pasión por Vivir. No podía sostener nada más. Y aunque fue duro, también fue necesario. Porque en medio del caos, supe que necesitaba ayuda.

Busqué apoyo profesional. Mi psicóloga fue una guía importante, y también consulté a un psiquiatra que me ayudó a estabilizar mi sueño y mi ansiedad. Fue una decisión acertada y correcta. A veces lo más difícil no es caer, sino reconocer que necesitamos una mano para levantarnos.

Tuve la suerte de contar con mi familia, que estuvo ahí en todo momento: mis hermanos, mis cuñados, mis cuñadas y mis sobrinos. El apoyo de ellos fue lo más importante para que yo pudiera salir adelante. Me acompañaron con paciencia, con cariño, con gestos que, aunque parezcan pequeños, significaron muchísimo para mí. También agradezco a mis amigos, que nunca me soltaron, que me escribieron, me animaron, me hicieron sentir que no estaba solo. Ustedes saben quiénes son.

Ahora las aguas están más tranquilas. He aprendido que necesito tener un propósito diario. Además de mis terapias, estoy retomando mi trabajo, reactivando Pasión por Vivir y colaborando con AUPA, una causa que me ha dado tanto. Necesito tener razones para seguir, y esas razones me dan mucha más fuerza.

Comparto esto porque sé que hay muchas personas que también están pasando por momentos difíciles. Si tú eres una de ellas, no te aísles. Busca apoyo. Habla. Pide ayuda. No es un signo de debilidad, es un acto de amor propio.

Yo lo hice. Y sigo aquí. Con miedo, sí. Pero también con mucha pasión por vivir.

* Para conocer más sobre sus consejos y experiencia, puedes seguir la cuenta de Instagram@pasionporvivirptyy visitar su blogwww.pasionporvivirpty.com.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autor.

* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.