Cuando tenía 6 años, Artemisia Olave soñaba con tocar en una orquesta. Vivía en Chiriquí, rodeada de arte y música gracias a su familia —su tía profesora de ballet y pianista, su abuelo músico, su madre siempre presente para llevarla a clases y ensayos—, pero los caminos para estudiar violín profesionalmente eran limitados. No existían programas públicos de formación musical continua y accesible. Hasta que llegó la Red.
Nueve años después, no solo ha sido concertina en el Teatro Nacional, ha viajado a Europa como parte de una gira internacional, en 2022, de la Orquesta Juvenil de Uruguay del Sodre, estudia violín en la Universidad de Costa Rica y —como si cerrara un círculo— hoy enseña violín a las nuevas generaciones dentro de la misma Red Nacional de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles de Panamá.
La historia de Artemisia es también la historia de la Red, que este mes celebra su noveno aniversario con una intensa agenda de conciertos, talleres y conversatorios a nivel nacional. Desde su creación en 2016 como iniciativa del Ministerio de Cultura con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), la Red ha tocado la vida de más de ocho mil estudiantes.

Artemisia Olave, de Chiriquí, empezó en la Red de Orquestas alrededor de los 11 años. Hoy es maestra de la Red, y también estudia violín en Costa Rica.
El otro lado del atril
Para que historias como la de Artemisia sean posibles, existen docentes como Ingrid Rosales, quien ha estado en la Red desde el primer día. Llegó en 2016 como profesora de coro, convocada para un proyecto aún en formación, en ese entonces con el maestro Dino Nugent. “Fui una de las primeras dos profesoras. Recuerdo ese proceso con mucho cariño: entrevistas, diseño del programa, las primeras clases. Éramos muy pocos al inicio”.
Hoy, coordina el Programa de Iniciación Musical, una etapa fundamental para acercar a los más pequeños a la música desde sus primeros años. Ingrid, quien también creció en una familia de músicos en Venezuela, y tuvo oportunidad de ver el poder transformador de las orquestas en las comunidades, sabe que las familias son parte importante del proceso.
“Queremos que todas las familias panameñas vean que la música es una carrera, pero también una herramienta de desarrollo, de sensibilidad, de disciplina”. Padres, madres y cuidadores participan de la formación de sus niños a través de diferentes formas. En el programa que lidera Ingrid hay una etapa llamada “Orquesta de papel”, donde los niños construyen instrumentos con sus padres como parte de su formación. Es una forma de involucrar a las familias. Los papás arman violines de cartón con sus hijos, los acompañan a ensayos, celebran los pequeños avances. “Queremos que vean que vale la pena invertir tiempo y cariño en la música de sus hijos”, explica la profesora Ingrid.
Al participar en la orquesta los niños niñas también tienen oportunidad a acceder a instrumentos musicales que por su alto precio no son accesibles para todos.
Los frutos están a la vista. En comunidades como Kuna Nega y Guabito, la Red ha echado raíces profundas. “Tenemos niños indígenas ensayando con chelos y contrabajos. Hay familias que se organizan para turnarse y llevarlos a ensayar. En algunos lugares ya hay tres generaciones de estudiantes que han pasado por nuestros programas”. Durante la reciente crisis de protesta social que vivió Bocas del Toro, los alumnos de Guabito, a pocos metros de la frontera con Costa Rica, hicieron lo posible por seguir su formación.

Orquesta de papel, donde los niños construyen instrumentos con sus padres como parte de su formación.
Música y organización que transforma vidas
Lo que antes era un sueño, hoy es una maquinaria que no se detiene, dice Artemisia que tiene 20 años de edad. “Cuando comencé, había que esperar un año entero para volver a reunirnos en un campamento. Hoy, los módulos existen en casi todas las provincias. Ya no es un privilegio de unos pocos”.
Su primera experiencia fue como integrante de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Aguadulce, que en aquel momento se conectaba con otros dos módulos para realizar campamentos anuales. Solo quienes ya estaban dentro de una orquesta podían acceder. “Los encuentros eran espectaculares. Una semana completa con profesores de afuera, aprendiendo a un nivel altísimo. Era intenso, pero uno salía de allí transformado”.
Con el tiempo, el programa se hizo más conocido y más competitivo. En 2022, tras pasar por audiciones, Artemisia fue seleccionada como violín principal de la orquesta en una gala en el Teatro Nacional. Y poco después, la invitaron a formar parte de una gira por Europa con la Orquesta Juvenil de Uruguay, representando a Panamá.
“Estaba en sexto año y no sabía qué estudiar. Pero volví de ese viaje sabiendo que si no estudiaba música, no iba a ser feliz. Ahí decidí dedicarme por completo”.
Hoy, dicta clases —presencial y virtualmente— a casi 60 estudiantes. El año pasado, viajaba mensualmente desde Costa Rica para seguir enseñando. “No podía dejar la Red”, confiesa. “Pasé de nueve estudiantes a casi sesenta. Enseñar me transformó. Ver la emoción de un niño cuando produce su primera nota… eso no se compara con nada”.
Conciertos para todos, en todo el país
Bajo la dirección de la maestra Electra Castillo, la Red celebra este aniversario con presentaciones de más de mil niños, niñas y jóvenes en todo el país. Entre las actividades destacan:
12 y 13 de julio: galas en el Teatro Nacional, con el Coro Juvenil Metropolitano.
Módulos regionales: conciertos en la Biblioteca Nacional (Panamá Centro), Santiago Mall, la Casa Cultural del Sector Sur (Panamá Este), la Capilla San Juan de Dios (Aguadulce), y más.
26 de julio: conversatorios y conciertos simultáneos en Colón, Azuero y Pacora.
31 de julio: concierto de cierre en el Centro Deportivo La Basita en Chiriquí, tierra natal de Artemisia.
‘La música no solo es para las artistas’
Para ambas protagonistas, el aniversario no es solo una celebración, sino una reafirmación.
Ingrid lo resume así: “La música transforma desde el ser. Y cuando llega a una comunidad, echa raíces. Esas raíces ya están floreciendo por todo el país.”
Y Artemisia, con la emoción de quien alguna vez se imaginó haciendo música también fuera de Panamá, comparte: “La música no es solo para quienes quieren ser artistas. Es una herramienta que da valores, disciplina, empatía. Si un niño tiene acceso a eso, su futuro ya es diferente”.