En la isla Jicarón, en el Parque Nacional Coiba, frente a la costa occidental del Pacífico de Panamá, monos capuchinos cariblancos (Cebus capucinus imitator) han sido objeto de un estudio observacional a largo plazo desde 2017, cuando los investigadores del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal (MPI-AB) y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) notó que un grupo de ellos usaba habitualmente piedras como herramientas. Para documentar esto, instalaron cámaras activadas por movimiento, o cámaras trampa, alrededor de la isla para observar este y otros comportamientos.
Otra especie de primate que habita en la isla son los monos aulladores (Alouatta palliata coibensis), su nombre hace referencia a sus fuertes aullidos que se pueden escuchar hasta a tres millas de distancia (alrededor de 4,82 km). Los capuchinos y los aulladores cohabitan casi sin problemas, porque sus dietas son diferentes y, por lo tanto, no tienen que competir por la comida.
Sin embargo, desde 2022, algunos de los monos capuchinos machos inmaduros del grupo que usa herramientas han sido captados por las cámaras cargando bebés de monos aulladores.
La investigadora doctoral Zoë Goldsborough, del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal, lo notó alrededor de junio de 2022, mientras miraba las imágenes de las cámaras trampa. El primer avistamiento de este comportamiento fue capturado en enero de ese año. Alertó a su asesor y líder del grupo, Brendan Barrett, y buscó entre las decenas de miles de imágenes y videos recopilados por las cámaras, para averiguar si había más evidencia de que esto ocurriera en la isla. “Teníamos todo el pietaje de las cámaras de Jicarón grabando a los monos que usaban herramientas durante todo el año”, dijo Barrett, “para que pudiéramos reconstruir la escena para ver si este comportamiento extraño era solo un caso aislado o algo más grande”.
Goldsborough encontró evidencia de cuatro crías de aulladores diferentes que eran cargadas, casi siempre por el mismo individuo, un macho sub-adulto del grupo que usa herramientas y que los investigadores llamaron Joker. Pero ¿cómo consiguió Joker a estos bebés y por qué los cargó durante días?
Monos capuchinos de la isla Jicarón han sido capturados en cámara cargando a bebés de mono aullador secuestrados. Foto: Brendan J. Barrett / Instituto Max Planck de Comportamiento Animal
“Al principio, pensamos que podría ser adopción”, dijo Goldsborough, refiriéndose a las anécdotas de algunos animales que adoptan crías de otras especies. Pero en la mayoría de esos casos, la adopción y el cuidado de los bebés abandonados son llevados a cabo por hembras. En este caso, el portador era macho. “El hecho de que un macho fuera el portador exclusivo de estos bebés fue una pieza importante del rompecabezas”, añadió Goldsborough.
Durante los meses siguientes, no hubo evidencia de capuchinos que llevaran aulladores. “Habíamos decidido que se trataba de un individuo que intentaba algo nuevo” dijo Barrett, “lo que no es raro de ver entre los capuchinos. Estos son animales profundamente curiosos que están constantemente explorando el bosque y descubriendo cómo pueden interactuar con su mundo”.
Sin embargo, cinco meses después, los investigadores descubrieron imágenes y videos de más bebés aulladores siendo transportados. Esta vez no era solo Joker; otros capuchinos machos jóvenes también llevaban crías de aulladores.
Continuaron analizando las imágenes y descubrieron que, en el lapso de 15 meses, once monos aulladores bebés fueron transportados por monos capuchinos machos juveniles o sub-adultos, por períodos de hasta nueve días. Las crías de aulladores se aferraban a la espalda o al vientre de sus portadores, que parecían continuar con sus actividades normales de trasladarse o utilizar herramientas para abrir nueces y otras fuentes de alimento. Los investigadores recopilaron las imágenes en un sitio web interactivo para documentar cómo este comportamiento aleatorio se propagaba de un individuo a un grupo de otros machos jóvenes a una velocidad cada vez mayor.
“Esto nunca se ha observado en ningún otro lugar, ni en esta isla, ni en ninguna otra población de monos capuchinos”, dijo Goldsborough. “Tampoco encontramos ninguna evidencia de que algo así ocurriera entre otras especies”.
Tradición social o moda cultura
Como suele ocurrir en el mundo natural, la pérdida de un animal es la ganancia de otro. Pero en este caso, el secuestro y el transporte de crías de una especie diferente no parece proporcionar ninguna ganancia o beneficio para los monos capuchinos.
Entonces, ¿por qué hacen esto? ¿Y por qué no secuestran a los infantes de su propia especie?
“Esto es algo para lo que no tenemos una respuesta clara”, declaró Goldsborough. “Una posible explicación puede estar en la naturaleza más dócil de los monos aulladores en comparación con los capuchinos, que se ha reportado en otros sitios donde los capuchinos a menudo acosan a los aulladores. Imagino que robar un niño a un capuchino sería más arriesgado que a un aullador. Pero esto también sería un comportamiento completamente diferente, ya que la dinámica del grupo también juega un papel, y los grupos de capuchinos también son mucho más grandes que los grupos de aulladores”.
Los autores describen este comportamiento como una tradición social o una moda cultural, que se propaga en una población a través del aprendizaje social, en paralelo a las tendencias observadas en otros animales, como los chimpancés que llevan una brizna de hierba en las orejas como accesorio.
Las implicaciones, sin embargo, son más profundas. Los bebés aulladores, todos de menos de cuatro semanas de edad, parecen haber sido secuestrados de sus padres. Los padres aulladores fueron vistos o escuchados en cámara llamando a sus bebés desaparecidos desde los árboles cercanos.
A esa edad, las crías de aullador no tienen muchas posibilidades de sobrevivir; se observó que cuatro de los bebés murieron, presumiblemente de desnutrición, y los investigadores sospechan que ninguno de ellos sobrevivió. “Los capuchinos no hacían daño a los bebés, pero no podían proporcionar la leche que los bebés necesitan para sobrevivir”, explicó Goldsborough. “Lo que vemos de los bebés aulladores que murieron, es que todos fueron cargados hasta que se volvieron demasiado débiles para aferrarse, luego a menudo eran llevados en la mano del capuchino por un poco más, y algunos incluso después de morir durante un día más o menos. Solo podemos suponer que lo mismo les sucedió a los otros bebés, y que finalmente fueron dejados en algún lugar una vez que estaban muertos o cerca de morir”.
Curiosamente, este grupo de capuchinos secuestradores de aulladores, que también es el grupo que usa herramientas en Jicarón, son solo machos, lo que sugiere que estas dos tradiciones socialmente aprendidas podrían surgir de la misma fuente: el aburrimiento.
Foto: Brendan J. Barrett / Instituto Max Planck de Comportamiento Animal
“La supervivencia parece fácil en Jicarón. No hay depredadores y pocos competidores, lo que les da a los capuchinos mucho tiempo y poco que hacer. Parece que esta vida ‘lujosa’ preparó el escenario para que estos animales sociales fueran innovadores”, dijo Meg Crofoot, directora general del MPI-AB y una de las fundadoras de este proyecto, así como ex becaria de STRI en Panamá. “Esta nueva tradición nos muestra que la necesidad no tiene por qué ser la madre de la invención. Para un mono muy inteligente que vive en un entorno seguro, tal vez incluso poco estimulante, el aburrimiento y el tiempo libre podrían ser suficientes”.
Este estudio fue liderado por un equipo del MPI-AB en Alemania, STRI en Panamá, la Universidad del Rosario en Colombia e Ithaca College en Estados Unidos. El período de uso de cámaras trampa del estudio duró de enero de 2022 a julio de 2023, y el equipo no sabe hasta qué punto la tradición persistió después, ya que aún no se han analizado todos los datos. Pero, si este comportamiento se extiende a otros grupos de capuchinos o continúa afectando a los aulladores, que son una especie en peligro de extinción en Jicarón, podría convertirse en un problema de conservación en el Parque Nacional Coiba.
“Ser testigo de la propagación de este comportamiento tuvo un profundo efecto en todos nosotros”, dijo Crofoot. “Nos sentimos aún más responsables de seguir aprendiendo de esta población natural de primates que, hasta donde sabemos, son los únicos en la Tierra que practican esta extraña tradición”.