La escritora cubana Rosa Marquetti no escribió una biografía. Escribió un acto de justicia, una reparación histórica, un puente entre generaciones separadas por el silencio, la censura y el exilio. En las páginas de su libro Celia en Cuba (1925 - 1962) de editorial Planeta, no solo se recupera la trayectoria artística de una de las voces más potentes de la música latinoamericana, sino también el alma de una mujer negra, cubana y afrocubana que desafió los moldes de su época sin dejar de ser fiel a sí misma.
Desde que comenzó esta investigación, Rosa se propuso desaparecer detrás de su escritura. No quería fotos, no buscaba protagonismo. Solo deseaba que la figura de Celia brillara sin distracciones, sin intermediarios. Pero es imposible leer su trabajo y no sentir a Rosa también en cada línea: su respeto, su emoción contenida, su voz temblando apenas ante el hallazgo de una grabación perdida, una foto anotada por la misma Celia con la precisión de quien intuye que su historia algún día merecerá ser contada.
Porque eso también hizo Celia: dejar pistas. Registrar lo que cantaba, lo que grababa, cuándo y dónde lo hacía. No desde la vanidad, sino desde la conciencia de que algo más grande podía surgir. Como si supiera que el futuro la estaba esperando, y con él, una escritora como Rosa, capaz de devolverle a su historia la dignidad que su país le negó durante décadas.

El libro Celia en Cuba (1925 - 1962) está disponible en Panamá.
Rosa investiga, contextualiza, narra. Recorre archivos, desempolva periódicos, entrevista a testigos. Y lo hace desde una honestidad conmovedora: no conoció a Celia, nunca pudo entrevistarla, pero se dejó atravesar por su historia. Se vio reflejada como mujer, como cubana, como negra, como trabajadora. Y en ese reflejo encontró fuerza, sentido y una forma de resistencia. La misma que Celia practicaba sin discursos, simplemente cantando, grabando canciones como Quédate negra o La sopa en botella, textos de una modernidad sorprendente, feministas antes de tiempo, orgullosos de una belleza negra que desafiaba al canon dominante.
El libro no solo devuelve a Celia a su justo lugar en la historia de Cuba y de la música afrocaribeña, sino que la revela como una figura profundamente humana. No fue activista, pero supo usar su fama para amplificar otras voces: la de mujeres compositoras, la de ritmos marginados, la de su propia identidad. En tiempos donde la política intentó borrarla, fue el cariño popular el que la mantuvo viva. Y ahora es este libro el que viene a gritar, con rigor y ternura, que Celia nunca se fue.
Celia Cruz no fue un ícono fabricado por la industria: fue una trabajadora incansable, una mujer con disciplina feroz, una figura que mezcló humildad y grandeza como nadie. Y eso, más que sus discos, más que sus trajes y pelucas, más que su grito de ¡azúcar!, es lo que queda después de leer este libro: la certeza de que la suya fue una vida vivida con propósito. Y que, gracias a Rosa Marquetti, seguirá cantando para quienes aún no la han descubierto.