“¿Conocen La Boca?”, Con esa pregunta, Melva Lowe de Goodin nos llevó al lugar donde creció y estudió, un vecindario con vista al mar, al Puente de las Américas y a los barcos que, entonces como ahora, esperan turno en las aguas del Canal de Panamá. Pero de allí, siendo una niña, ella y sus vecinos fueron desplazados. Unos se mudaron a Río Abajo, otros a Parque Lefevre, y su familia, a Paraíso.

Melva se graduó de secundaria en una escuela de la antigua Zona del Canal y, gracias a su buen desempeño, obtuvo una beca para continuar sus estudios superiores en el Canal Zone College, que casualmente quedaba en La Boca: el mismo barrio del que las familias afroantillanas fueron desalojadas, fue luego habitado por una comunidad mayoritariamente blanca.

Ya adulta, Melva se convertiría en una reconocida investigadora de la historia de la población afroantillana en Panamá. Este relato lo contó ella en una conversación organizada por la agrupación Afroresistence, titulada Escribir para no olvidar: Memorias vivas de Melva Lowe de Goodin, frente a un público compuesto mayoritariamente por mujeres afrodescendientes y afroantillanas.

Antes de convertirse en una referente académica, Melva obtuvo otra beca para cursar estudios universitarios en Estados Unidos. Muchos jóvenes afroantillanos que siguieron ese camino se quedaron allá. Ella no. Se especializó en lengua inglesa, una materia que enseñó durante muchos años.

El uso del idioma inglés es un tema sensible para la comunidad afroantillana en Panamá. Aunque forma parte de su herencia, en distintas épocas se prohibió su uso en Panamá, y también fue motivo de discriminación y burla por la manera en que lo hablaban, lo que no solo afectó la transmisión cultural (los padres y abuelos dejaron de enseñárselo a los niños), sino que limitó el acceso a mejores oportunidades laborales.

Durante su estancia en Estados Unidos, se encontró con mensajes que empoderaban a la comunidad negra. El movimiento Black is beautiful —que celebraba el orgullo afro, incluido el pelo natural— la marcó profundamente. Ella misma fue víctima de burlas por su cabello afro. Aún recuerda con asombro que muchos de sus compañeros de clase, al saber que era de Panamá, le respondían: “No sabía que en Panamá había personas negras”. Lo contó en una entrevista con Luis Pulido Ritter, en 2012.

Al regresar a Panamá, trabajó como profesora en la Universidad de Panamá y también en Florida State University, en su sede de Clayton. Empezó a estudiar con mayor profundidad la historia de los afrodescendientes, no solo en Panamá, sino en toda América y África. Hubo un momento en su vida que reforzó esa conexión: se casó con un africano y vivió un tiempo en África. Esa experiencia, dijo, le permitió observar cómo ciertos elementos culturales de la diáspora se mantenían o habían evolucionado. Lo considera parte de su destino.

“Siempre sentí la inquietud de que teníamos que organizarnos como comunidad negra”, explicó. “Había que luchar contra esa idea de inferioridad que nos habían impuesto. Yo quería contribuir a preparar a nuestra gente, demostrar que éramos igual de capaces, educados y valiosos que cualquier otro. Porque muchas veces terminamos aceptando la mirada con la que nos ve la sociedad”.

De vuelta en Panamá, supo que Reina Torres de Araúz estaba impulsando la creación de museos en distintas partes del país. Uno de sus proyectos era rescatar una iglesia bautista abandonada en Calidonia, que luego se convertiría en el Museo Afroantillano. Melva se sumó al esfuerzo. Pero, a menos de un año de iniciado el proyecto, Reina falleció. Aun así, Melva y un grupo de personas decidieron seguir adelante. “Nos organizamos, reunimos a la comunidad, fundamos la Sociedad de Amigos del Museo Afroantillano de Panamá (Samaap) y, con apoyo de panameños aquí y en el exterior —especialmente en Nueva York— continuamos el proyecto. Recaudamos fondos, terminamos la capilla de madera que muchos conocen, y poco a poco logramos sostener el museo”.

Como parte de ese esfuerzo surgió la Feria Afroantillana, que comenzó en los predios del museo y creció tanto que hoy se realiza en el Centro de Convenciones Atlapa. Ya lleva más de 40 años celebrándose. Hoy el museo forma parte del Ministerio de Cultura, que cubre parte de sus gastos operativos.

La feria no solo celebra, también revive tradiciones. El bon, por ejemplo, casi había desaparecido. En palabras de Melva, “en mi familia solo lo hacía mi papá y ninguno de nosotros aprendió”. Gracias a la feria, ahora vuelve a prepararse. Lo mismo pasó con el saril y otras bebidas como el “icing glass”, popular entre los hombres por sus supuestos efectos afrodisíacos.

La cultura, la economía local y la identidad afroantillana han ganado fuerza con estos espacios. Pero también, explicó Melva, era necesario asumir con orgullo que muchas de estas tradiciones vinieron con los afrocaribeños, y que aún no se les reconoce como se debe.

“La gente aún pregunta: ¿qué han aportado los afroantillanos a Panamá? Por eso tenemos el museo. Para responder con claridad: hemos aportado cultura, trabajo, identidad”.

Y añade: “No fuimos esclavos, fuimos esclavizados. No nacimos así. Nos convirtieron en eso para construir las Américas. Y cuando todo estuvo listo y bonito, nos mandaron a la cocina, como si no fuéramos dignos”.

Para ella, reconocer esa historia es clave para evitar repetirla. “Ya pasamos por eso. No podemos reproducir la discriminación. Todos somos humanos. Todos merecemos educación y una vida digna”. Y aunque han cambiado algunas cosas, las huellas de esa discriminación todavía están presentes.

Melva Lowe de Goodin: una voz que conserva la memoria afroantillana en Panamá