Sentí un escalofrío, el lunes 21 de abril, al ver la noticia de la muerte del papa Francisco. Era tendencia mundial. Sentía algo de conmoción y agradecimiento, pero sobre todo mucha expectativa. Un pontífice, aun con sus fieles y detractores, es un faro en el planeta. Y ese faro se estaba apagando.

Crecer en la fe es un camino. Progresivamente se superan la ignorancia y la inmadurez y se va ganando más consciencia (¡y más fe!); mi camino ha sido así.

Viví mi primer cónclave a los 20 años, con la muerte del papa San Juan Pablo II. Su pontificado duró 26 años, era el papa de mi infancia.

Era el año 2005 y anunciaban la elección del papa Benedicto XVI. Recuerdo que en ese primer cónclave, justo cuando salió humo blanco, yo estaba terminando de leer El código Da Vinci, una novela de ficción sobre misterios del Vaticano.

El pontificado del papa Benedicto XVI coincidió con mi etapa más activa en la fe: formación teresiana, misiones, ejercicios ignacianos, cursillo de cristiandad. Cimientos que marcaron mis veintes.

En 2013, ocho años después de su elección, Benedicto XVI estaba renunciando. Fue toda una sorpresa y, para esos tiempos, una noticia inédita. Con su renuncia, vivía mi segundo cónclave, fue el año de mi matrimonio. Tenía 28 años.

Con el humo blanco de mi segundo cónclave, resultó electo el papa Francisco: carismático, argentino y en español, más cerca de nosotros.

Cada papa, distinto. Cada uno con su aporte. Como otros líderes del planeta, un papa atraviesa las dificultades propias de liderar: decisiones, tentaciones, un entorno con intereses cruzados. Unos zapatos difíciles de llevar.

En 2025, Francisco fallece, es mi tercer cónclave y me encuentra fascinada y entretenida con la inteligencia artificial. Cada pontificado ha coincidido con una etapa tecnológica distinta. ¿Cómo será ser papa en la época de ChatGPT? Es una época muy curiosa: humanos dejando de necesitar humanos.

Hace poco leí un artículo sobre el desarrollo de una esposa robot que, si aprendía a cocinar, podría convertirse en la “favorita” de algunos hombres. La esposa robot está valorada en 175 mil dólares y, a largo plazo, resultaría más económica que un matrimonio real. ¡Too much!

¿Cómo será ser papa en estos tiempos? Desafíos distintos e igual de complejos.

Que el Espíritu Santo guíe la elección. Que el papa electo -mi cuarto papa- tenga mucho de Jesús y poco filtro. Y que la Iglesia siga siendo lo simple: la antorcha y el cable a tierra.

Que así sea.